Si pudiera describir en letras aquello que ha sentido mi corazòn en estos ùltimos tiempos, te dirìa que muchas cosas buenas y bellas. Ha sido un privilegio grande y un privilegio ùnico escribir acerca de los jamaiquinos, como me dijo alguna vez Jenny Estrada, historiadora guayaquileña, "nada mejor que esta historia la escriba alguien que casa adentro pueda conocer esta historia" y eso es verdad. Me aconteciò que unièndo una historia, con otra historia he tenido un pasaje digno de poder contar, lleno de valentìa, de garra y de coraje.
Los jamaiquinos esos hombres negros altos, sin conocimiento del español, que un buen dìa se encontraron frente al destino de una naciòn sudamericana que se unirìa al suyo, llegaron con sus picos y palas a la montaña a tratar de sacarla y la verdad que la misma al principio se resistìa a salir del paso, no fue hasta que despuès de tanto bregar, esta de forma intempestiba saliò.
Quienes se enfrentaron a la hidalguìa de los jamaiquinos pensaron que era un grupo facilmente manejable, que daban por descontado el hecho de que ante tanto abuso y atropello pudiera haber sido pasados por alto, no obstante su organizaciòn y su forma de reclamo, para la època denoto a un grupo compacto, homogèneo y unido ante la circunstancias de verse en una tierra extraña y ajena queriendose ser pasados por "armas" cuyas actitudes no eran tan humanas, que no guardaban ni pisca de misericordia alguna con aquellos negros caribeños. Nunca quienes tamaño mal endosaron a nuestros antepasados, pensaron que ellos iban a tener una respuesta inmediata a los abusos